La marca de la herencia - Marcas de amor

La fe es mucho más que un accesorio que guardamos con nosotros cuando nuestra vida necesita un impulso ante una carrera en la que nos estamos quedando atrás. La fe es un elemento constitutivo de nuestra identidad, de tal manera que sin fe perdemos completamente todos los fundamentos necesarios para la salud, el trabajo, las relaciones y el servicio.

Introducción

La fe es un principio activo de la vida que se caracteriza por ser dinámico, inconfundible y jamás será autogenerado; al contrario, la fe se recibe como herencia en la adopción del Padre. La confianza en Dios es central para la identidad cristiana. No es solo una característica opcional, sino un elemento constitutivo sin el cual la vida del creyente se desmorona. La fe es el cimiento que sostiene todas las áreas de nuestra vida: salud, trabajo, relaciones y servicio. Sin ella, perdemos completamente los fundamentos necesarios para vivir de manera plena y significativa. Además de identificar la fe como un don, es decir, no autogenerada, sino concedida y desarrollada por el Espíritu Santo, la Biblia asocia la fe con una herencia, destacando a la familia como la agencia divina en la formación de personas fieles.

Contexto bíblico

Uno de los ejemplos más claros de la transmisión de la fe dentro de la familia se encuentra en la vida de Timoteo. En 2 Timoteo 1:5, el apóstol Pablo escribe:

“Recuerdo tu fe sincera, la misma fe que primero habitó en tu abuela Loida y en tu madre Eunice, y estoy convencido de que también habita en ti.”

La vida de Timoteo demuestra cómo la fe puede ser transmitida de una generación a otra, influyendo profundamente en la vida de aquellos que la reciben. La fe de Timoteo fue nutrida y fortalecida por el ejemplo de su abuela y madre, mostrando la importancia de la familia como vehículo de la herencia espiritual.

El texto bíblico que hemos usado esta semana no deja ninguna duda sobre la familia como el plan de Dios para el desarrollo de la fe y su transmisión:

“Estas palabras que hoy te mando estarán en tu corazón. Se las inculcarás a tus hijos, y hablarás de ellas sentado en tu casa, andando por el camino, al acostarte y al levantarte.”

El mandamiento de Dios para su pueblo saca a la superficie del pensamiento la responsabilidad de los padres de enseñar a sus hijos a vivir una vida de fe, creando un ambiente donde los valores y las verdades de Dios se refuercen continuamente. Una vez recibida la herencia de la fe, esta será el fundamento de las marcas que nos identifican como familia de Dios y sirven de luz para el mundo.

La marca de nuestra identidad

La fe en Dios es lo que define quiénes somos como cristianos. En Hebreos 11:1, la fe se describe como “la certeza de lo que esperamos y la convicción de lo que no vemos”. Esta certeza y confianza en Dios moldean toda nuestra existencia. Sin fe, nuestra identidad se vuelve inestable, pues es lo que nos conecta a la realidad de Dios y al propósito que Él tiene para nosotros. El apóstol Pablo repite esta verdad en Gálatas 2:20: “He sido crucificado con Cristo, y ya no soy yo quien vive, sino que Cristo vive en mí. Y la vida que ahora vivo en el cuerpo, la vivo por la fe en el Hijo de Dios, quien me amó y se entregó por mí”. La fe no es solo un aspecto de la vida cristiana; es la esencia misma de vivir en Cristo. Sin ella, perdemos el sentido de quiénes somos y de nuestra razón de existir.

Marcas de nuestra salud

La salud física y emocional también está profundamente conectada con nuestra fe. En Proverbios 3:5-8, se nos instruye:

“Confía en el Señor con todo tu corazón y no te apoyes en tu propio entendimiento; reconoce al Señor en todos tus caminos, y Él enderezará tus sendas. No seas sabio en tu propia opinión; teme al Señor y apártate del mal. Esto traerá salud a tu cuerpo y fortaleza a tus huesos”.

Aquí, la confianza en Dios se presenta como un camino hacia la salud y el bienestar. La ansiedad, el miedo y la incertidumbre, que son destructivos para la salud, se disipan por la fe en un Dios que cuida de nosotros y dirige nuestros caminos.

Marcas de nuestro trabajo

Nuestro trabajo también debe estar fundamentado en la fe. Colosenses 3:23-24 nos instruye:

“Todo lo que hagan, háganlo de todo corazón, como para el Señor y no para los hombres, sabiendo que recibirán del Señor la recompensa de la herencia. Es a Cristo el Señor a quien están sirviendo”.

Esta visión confronta radicalmente lo que el mundo entiende como el objetivo del trabajo. Deja de ser solo una actividad económica o una tarea por cumplir y se convierte en una forma de servicio a Dios. Sin fe, el trabajo puede volverse vacío, desprovisto de propósito y significado, y una fuente de enfermedad.

La marca de nuestras relaciones

En las relaciones, la fe en Dios es lo que nos permite amar y perdonar, incluso cuando es difícil. En Efesios 4:32, Pablo nos exhorta:

“Sean bondadosos y compasivos unos con otros, perdonándose mutuamente, así como Dios los perdonó en Cristo”.

El perdón y la gracia que experimentamos en nuestra relación con Dios se convierten en el modelo para nuestras relaciones con los demás. Sin fe, no podemos practicar el amor sacrificial y el perdón genuino, que son fundamentales para relaciones saludables y duraderas.

Las marcas de nuestro servicio

El servicio cristiano también está enraizado en la fe. En 1 Corintios 15:58, Pablo nos anima:

“Por lo tanto, mis queridos hermanos, manténganse firmes y que nada los haga retroceder. Dedíquense siempre de lleno a la obra del Señor, conscientes de que su trabajo en el Señor no es en vano”.

La fe nos da la certeza de que nuestro servicio a Dios tiene un valor eterno. Nos motiva a seguir sirviendo, incluso cuando los resultados no son inmediatamente visibles, sabiendo que Dios ve y recompensará cada acto de servicio hecho en Su nombre.

Aplicación

La creencia confiada en Dios es, de hecho, un elemento constitutivo de nuestra identidad cristiana. Sin fe, perdemos completamente los fundamentos necesarios para vivir de manera saludable, significativa y plena en todas las áreas de la vida
La fe no solo nos define como cristianos, sino que también nos capacita para vivir de acuerdo con el propósito de Dios en la salud, el trabajo, las relaciones y el servicio. Es el cimiento sobre el cual toda nuestra vida debe ser construida, asegurando que, en todas las circunstancias, podamos permanecer firmes e inquebrantables, confiando en aquel que es fiel para completar la buena obra que comenzó en nosotros (Filipenses 1:6).

La fe es, por lo tanto, una herencia preciosa, transmitida tanto por la familia como por la comunión con la comunidad de fe a lo largo de la historia. Es fortalecida por el ejemplo de aquellos que vinieron antes de nosotros y se manifiesta en nuestras vidas a medida que nos entregamos a la acción del Espíritu. Ya sea a través de la instrucción cuidadosa de los padres o del compromiso con nuestro desarrollo personal, somos llamados a vivir de manera que esta herencia continúe siendo transmitida a las próximas generaciones, tal como fue para nosotros. Como dice el salmista: “Una generación contará a la otra la grandiosidad de tus hechos; anunciarán tus poderosos actos” (Salmo 145:4).

Que nuestra oración hoy sea: 
Señor, te doy gracias por la herencia de fe que he recibido y me entrego a ti para ser un eslabón que mantenga viva la fe que debe ser transmitida a través de mí. Amén.

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