La marca de Dios - Marcas de amor
Jesucristo lleva consigo las marcas de la redención. Más que señales de sufrimiento, las cicatrices de Dios son signos de certeza de que la herida del pecado es vencida en él. Las marcas de Jesús son las marcas de la cruz que él cargó y nos recuerdan que la visibilidad de estas marcas son un argumento contra el mundo y para su gloria, al mismo tiempo que la visión de las marcas del Salvador son un antídoto contra la desesperanza frente a nuestras propias heridas.
Introducción
Al recorrer las páginas de la Biblia, nos encontramos con las muchas formas en que Dios expresa su relación con nosotros. Él nos llama hijos y nos enseñó a llamarlo Padre. Muchas veces —la mayoría de las veces— somos llamados siervos e instados a dirigirnos a él como Señor. Una de las formas más conocidas en que Dios nos llama es como ovejas, siendo él nuestro Pastor.
En todas estas formas, se destaca una relación de pertenencia: los sier- vos son tratados como hijos, los hijos son una nación de primogénitos, y el buen Pastor da su vida por sus ovejas.
Lo que también se destaca, y con una importancia magnífica, es que Dios se revela en Jesucristo en todas estas formas también. Jesús es el Hijo encarnado, sumiso al Padre, es el Siervo sufriente y es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
Contexto bíblico
El buen Pastor y el Cordero
Difícilmente, de manera espontánea, el carácter orgulloso del ser humano elegiría identificarse con una oveja. Las ovejas son animales extremadamente dependientes, no poseen garras, colmillos ni ninguna característica de agresividad o siquiera capacidad de defensa. No son rápidas ni tampoco valientes, tienen mala visión, son vulnerables a enfermedades y poseen una inteligencia limitada. Son exactamente lo opuesto a los animales que preferimos como nuestros emblemas de valentía: leones, águilas, lobos. Si alguien encuentra una oveja en buenas condiciones de salud y con buena lana, ciertamente es mérito del pastor que la cuida. “Vosotros sois mis ovejas”, dijo Dios. Y el Pastor amado las conduce y está dispuesto a dar su vida por ellas.
Pero es importante destacar aquí que, al llamarnos ovejas o corderos, Dios no está desvalorizando la obra de sus manos. Muy al contrario, las ovejas son el objetivo del cuidado y amor precioso del Pastor. En el último libro de la Biblia encontramos:
Nunca más tendrán hambre, ni sed, ni caerá sobre ellos el sol, ni calor alguno, porque el Cordero que está en medio del trono los pastoreará y los guiará a fuentes de aguas de vida. Y Dios enjugará toda lágrima de los ojos de ellos. (Apocalipsis 7:16-17).
El libro revela al rebaño de Dios siendo pastoreado por el Cordero de Dios. Aquí tenemos poderosas y bendecidas lecciones.
Empezando por entender que la realidad del pecado nos ciega a la perfección de Dios. No tenemos ninguna referencia en un contexto completamente caído de lo que podemos o debemos ser tanto en identidad como en éxito. Hablamos exhaustivamente de progreso y evolución sin tener claridad de hacia dónde estamos evolucionando y progresando como personas, familias o sociedad. En su gracia, Dios nos alcanzó en el punto donde caímos y nos dio en carne un objetivo al cual debemos avanzar. Cristo encarnado revela quién es Dios, lo que él quiere de nosotros y para nosotros; también revela quiénes somos y qué seremos en Cristo.
Podemos alegrarnos porque en Jesús tenemos una identidad que no es imaginada, sino que está presente tanto en la historia humana como ahora, como el Cordero que está sentado en el centro del trono. Esto nos libera del agotamiento que implica una autodefinición. Cualquier construcción de identidad que no provenga de fuera de nosotros (de Dios) será inevitablemente confusa, defectuosa y competitiva; es decir, depende de las características opuestas de los demás para ser delineada y, peor aún, depende de los fallos de los otros para definirse como precisa, y depende de los fracasos de los demás para ser entendida como exitosa.
En el Cordero podemos vivir la alegría del propósito y la aceptación. La marca de la encarnación revelada en Jesús nos permite ser representados en el Cielo. Jesús afirmó: “Nadie viene al Padre, sino por mí”. El pecado nos separó trágicamente del Trono del Padre, pero en Jesús podemos dirigirnos a él:
“Teniendo, pues, a Jesús, el Hijo de Dios, como gran sumo sacerdote que atravesó los cielos, mantengamos firme nuestra confesión. Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades; al contrario, él fue tentado en todo, igual que nosotros, pero sin pecado. Por lo tanto, acerquémonos confiadamente al trono de la gracia, para recibir misericordia y encontrar gracia que nos ayude en el momento que más lo necesitemos” (Hebreos 4:14-16).
Aplicación
Hay un Cordero que nos representa en el Cielo y también nos ha elevado a un propósito sublime al llamarnos a representarlo en la Tierra, viviendo como sus testigos. Nuestra vida aquí tiene como objetivo mostrar el rostro del Cordero para que su amor, su justicia y su gloria sean conocidos.
Cuando somos confrontados por nuestras fallas, ya sea como padres, cónyuges, hijos o incluso como partes del cuerpo de Cristo, el peso de la culpa hiere nuestra alma. Ninguno de nosotros puede pretender tener la familia perfecta. De hecho, a menudo ocurre lo contrario: nos encontramos corriendo desesperadamente para mantenernos en el mismo lugar y no ser devorados por los ataques del mundo.
Si la visión de quiénes somos y lo que hacemos no está acompañada de la visión de Dios y lo que él hace, ese contacto con el evangelio se parecerá más a una colisión que a un encuentro. Llevamos las marcas de Dios y también llevamos nuestras marcas del camino, las heridas causadas por las caídas. En ese momento, nuestra mirada debe dirigirse a las marcas de Dios, su identificación al hacerse uno con nosotros y al llevar nuestras heridas sobre él. Sus cicatrices serán eternas para que las nuestras sean pasajeras.
Que nuestra oración hoy sea:
Dios mío, te alabo por la redención en Cristo Jesús, que no solo murió por mí y por mi familia, sino que también vive para que podamos acercarnos a ti con confianza. Permíteme ver tus marcas y que esa visión me lleve a tener más amor y confianza en tu gracia. Amén.
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