Una receta para la felicidad familiar
“Haced a los demás como queréis que ellos os hagan” (Lucas 6:31).
Introducción
Un pastor decidió observar a las personas que venían a orar quedamente a su iglesia.
Un día, un anciano con una camisa destartalada abrió la puerta, cruzó el recibidor, y entró al santuario, se acercó a la plataforma, se arrodilló e inclinó su cabeza; después de unos momentos, aquel hombre de aspecto descuidado miró hacia arriba, se levantó y salió.
Durante los próximos días, siempre a eso del medio día, se repetía la misma escena, y cada vez el mismo visitante se arrodillaba al frente de la iglesia, también ponía a su lado un recipiente de llevar alimentos.
La curiosidad del pastor iba elevándose cada vez más.
Un día se acercó al extraño y le preguntó qué estaba haciendo; el anciano le dijo que se llamaba Juan, y que era empleado de una fábrica en el vecindario.
Él explicó que cada día, después de consumir sus alimentos del medio día, él dedicaba unos momentos a la oración. Escogió pasar algunos momentos de sosiego y quietud con Dios en esta iglesia, ya que estaba cerca de su lugar de trabajo.
El obrero entonces le susurró al pastor las sencillas palabras de su oración diaria:
- “Aquí estoy, señor. Una vez más quiero decirte lo feliz que soy desde que somos amigos. Gracias por perdonar todos mis pecados. Aunque no sé cómo orar, quiero expresarte mi deseo de amarte y de vivir hoy para ti”.
El pastor quedó estupefacto por la genuina fe sencilla del hombre que vestía ropa de trabajo sucia y que estaba arrodillado junto a su lado; le dijo al obrero de la fábrica que era siempre bienvenido a orar en su iglesia.
El anciano, arrodillado aún, le respondió: Gracias, ya es hora de irme.
Se levantó rápidamente de sus rodillas, y salió de la iglesia.
Entonces el pastor se arrodilló en aquel mismo lugar con una reverencia que nunca había experimentado. Algo asombroso le sucedió a aquel clérigo – él tuvo un poderoso encuentro con Jesús. Las lágrimas bañaban su rostro al él repetir la sencilla oración del anciano: “Aquí estoy, señor. Una vez más quiero decirte lo feliz que soy desde que somos amigos. Gracias por perdonar todos mis pecados. Aunque no sé cómo orar, quiero expresarte mi deseo de amarte y de vivir hoy para ti”.
Un día, el pastor notó que Juan no había venido cerca del medio día a orar. Al pasar varios días más sin que Juan viniera a orar, el pastor se preocupó.
Fue a la fábrica cercana y supo que Juan estaba enfermo, y que había sido enviado al hospital. El pastor fue de inmediato a visitar a su amigo.
Muy pronto el pastor supo que la presencia de Juan estaba ejerciendo un impacto sobre los pacientes y sobre el personal. La felicidad del anciano era contagiosa para todos los que se le acercaban. Mientras el pastor estaba sentado junto a la cama del sonriente anciano obrero de la fábrica, la enfermera principal del ala del hospital entró al cuarto y le susurró al pastor:
- “ ¡Yo no entiendo cómo Juan puede estar tan gozoso, porque nadie viene a visitarlo, nadie lo llama, nadie le deja tarjetas animándole a recuperarse pronto, ni le dejan flores! ¡pareciera que no tiene a nadie en quien apoyarse!”
Cuando la enfermera salió del cuarto, el anciano se inclinó en su cama hacia el pastor y sonriendo le dijo:
- "La enfermera está equivocada. ¡ella no sabe que un Visitante viene a verme todos los días a eso del mediodía! ¡mi amigo se sienta a mi lado, sostiene mis manos, me mira y me dice: ‘Quiero decirte lo feliz que soy desde que somos amigos! me encanta escuchar tus oraciones. Pienso en ti todos los días. Hoy he venido aquí para decirte que sigas amando y viviendo para mí’ ”.
I. Los Verbos de las Buenas relaciones famiIiares
Esta pequeña historia contiene la clave de la felicidad familiar: amar y vivir.
Esta es la fórmula que hallamos también en nuestro texto de apertura. Jesús dijo: “Haced a los demás como queréis que ellos os hagan” (Lucas 6:31).
Hay un punto de contacto entre la oración del obrero de la fábrica y las palabras de Cristo.
Ambas hablan de amar y de vivir. Ambas contienen verbos que nos enseñan acerca de ser una familia feliz.
Para que un hombre sea un buen esposo, él tiene que saber cómo amar y cómo vivir; y lo mismo se aplica a las esposas y a los niños. Todos tenemos que amar a los demás; y tenemos que vivir para los demás. Para un cristiano, estos dos verbos no pueden separarse.
El amar y el vivir unen la teoría y la práctica. El amar y el vivir dan apoyo a nuestras palabras y dan razón a nuestras acciones.
Cuando separamos el amar y el vivir se resquebrajan nuestras relaciones.
Cuando aislamos nuestras palabras de nuestras acciones, nuestros sentimientos de nuestra conducta, y nuestro hablar de nuestro caminar, estaremos creando la hipocresía.
El amar sin vivir (o el vivir sin amar) resulta en una hueste de problemas familiares. deja a otros que comparte nuestra vida sintiéndose solos y vacíos, nos impulsa a exigir de los demás, y cuando no recibimos aquello que deseamos, nos volvemos críticos.
El amar sin el vivir es la teoría sin la práctica. es una mera ejecución histriónica o teatral, — un despliegue de nada, de un vacío.
II. La Fórmula de las Buenas relaciones familiares
La fórmula para las buenas relaciones familiares siempre contienen tanto el amar como el vivir. Erosionamos la felicidad de nuestra familia cuando separamos estos dos verbos. notemos cómo ocurre esto cuando las personas procuran entender efesios 5:23 donde se nos dice: “Porque el esposo es la cabeza de la mujer” y también dice: “esposas, estad sujetas a vuestros esposos” (v. 22).
Cuando aislamos estas aseveraciones de su contexto es como si separáramos el amar y del vivir.
Los esposos podrían leer parte de las aseveraciones del apóstol pablo y creer que ellos pueden actuar como dictadores y tratar a sus esposas como esclavas; es por eso que, es tan importante leer las enseñanzas sobre el tema completas. el versículo 25 añade: “Maridos, amad a vuestras esposas como cristo amó a la iglesia y se entregó a sí mismo por ella”.
El apóstol pablo enseña que un esposo tiene la responsabilidad de servir y de cuidad a su esposa. Él demuestra que una esposa sirve por medio de su sumisión, pero un esposo sirve por medio del sacrificio. Él tiene que estar dispuesto a morir por ella.
Lucas 22:26 endosa esta idea, cuando afirma: “... El mayor entre vosotros, sea como el más joven; y el que dirige, como el que sirve.”
Jesús nos dice que la mayor responsabilidad de un dirigente es servir a los demás. debemos esforzarnos para ser grandes esposos o esposas, grandes padres o grandes hijos. debemos ser grandes cristianos.
Esto abarca todas las demás cosas. la verdadera grandeza ante los ojos de dios es amar humildemente y vivir por los demás – por todos los demás de nuestra familia.
Nuestras acciones en torno a nuestra familia traerán felicidad a nuestros hogares cuando combinemos los dos verbos: el amar y el vivir.
Nos enseñan que nuestro objetivo en la familia no es enfocarnos en suplir nuestras necesidades.
Dios no creó la familia para que obtuviéramos satisfacción propia a expensas de los demás; la familia es una comunidad de personas que coopera para el logro de las necesidades de todos.
La felicidad en la familia se obtiene cuando adoptamos una actitud de siervo y colocamos a los demás antes que a nosotros mismos. como dijo Jesús: “Traten a los demás como quieren que ellos los traten a ustedes”.
Los conflictos familiares surgen cuando un individuo vive de modo inmaduro, egoísta y cuando no quiere servir a los demás.
Las heridas surgen en los corazones de los miembros de la familia cuando no tomamos seriamente el tiempo para entender profundamente las necesidades de los demás.
Hay muchas lecciones en el amar y el vivir que traerán felicidad a nuestros hogares. He aquí algunas pocas más que nos atañe mantener en mente.
1. Sirva a su familia desinteresadamente. (no espere recompensa alguna por hacer actos bondadosos).
2. Esté dispuesto/a a ceder sus derechos. (cuando exigimos nuestros derechos, ignoramos las necesidades de los demás. esto destruye la actitud de servicio en nuestros corazones).
3. Alinee sus actitudes con las enseñanzas de Jesús. (estamos inclinados a no notar las necesidades de los demás cuando nos preocupamos primero por nuestros propios placeres).
4. Sirva a su familia de acuerdo a las necesidades de ellos. (aprenda a identificar las necesidades específicas de todos los miembros de su familia; y busque maneras creativas de satisfacer cada una de ellas).
5. Sea genuinamente un servidor. (colóquese a sí mismo en el lugar de los otros miembros de su familia. ‘camine en los zapatos [las botas, los huaraches, las sandalias] de cada uno’. Procure genuinamente empatizar con ellos).
III. Los resultados de las Buenas relaciones familiares
Puede ser que en este punto usted piense que para tener una familia feliz, todos tendrían que ser como santos, esto es parcialmente cierto y parcialmente falso.
La Biblia asevera claramente: “Yo soy el señor vuestro Dios, por eso es santificaréis y seréis santos, porque yo soy santo...” (Levítico 11:44).
Si usted piensa que solamente su familia quiere que usted sea una persona temerosa de Dios, mantenga en mente que primero el señor le llama a que viva para Él.
En el mejor sentido de la palabra, un santo es una persona que se entrega completamente a Dios. No significa que tal persona nunca comete errores ni que es infalible, pero sí describe a alguien que está luchando para lograr un más alto nivel de espiritualidad y un más profundo caminar con Dios. Un santo revelará una actitud de amar y de vivir y esto se demostrará más claramente en el círculo familiar.
Fíjese en estos pensamientos del espíritu de profecía que amplían nuestra perspectiva sobre este tema:
"El que quiera llegar a ser santo en el cielo debe ser primero santo en su propia familia” (HC, 286).
“Según os conduzcáis en vuestro hogar, queda anotado vuestro nombre en los libros del cielo” (HC, 286).
“Padres, no permitáis que vuestra religión consista simplemente en profesarla, mas dejadla ser una realidad” (HC, 286).
“Cuando la religión es algo práctico en el hogar, se logra mucho bien” (HC, 287).
Como podemos ver, donde falta una religión en el hogar, una profesión de fe no tiene valor alguno; pero cuando todos los miembros de la familia se involucran en el desarrollo de su fe, las relaciones familiares no solo bendecirán el hogar mismo, sino que además serán una luz en las comunidades y para con los vecinos.
Conclusión
La receta de Dios para la felicidad familiar tiene dos ingredientes que trabajan juntos – el amar y el vivir. si estos dos ingredientes se separan, pierden su valor, no valen nada. El vivir sin amar o el amar sin vivir no tiene sentido. Nuestra profesión religiosa se vuelve fría y mecánica cuando no hay amor; así también, nuestras palabras de amor son un mero sentimentalismo sin la evidencia viviente del amor.
Para resumir, la receta para la felicidad familiar se encuentra en poner estos dos verbos juntos: el amar a Dios y el vivir este amor en nuestras familias.
Cuando los miembros de una familia genuinamente buscan amar al Señor, y vivir temerosamente ante Dios, nuestros hogares serán como luces brillantes en un mundo oscuro.
Como el hombre de quien hablamos al principio de este sermón, ¿Desea usted amar al señor y vivir para Él cada día junto a su familia?
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