Madre:La misionera del hogar
Texto base: “Se levantan sus hijos y la llaman bienaventurada; y su marido también la alaba; Muchas mujeres hicieron el bien; mas tú sobrepasas a todas” (Proverbios 31:28, 29).
INTRODUCCIÓN
Hay una frase famosa que dice: “por detrás de un gran hombre, siempre hay una gran mujer”. Muchas veces decimos eso al referirnos a la influencia de la esposa sobre el marido, pero muchas veces también con relación a la influencia de la madre sobre los hijos.
"No habría un Andrew Fuller sino fuera por una Philippa Fuller. Fue la madre de Andrew quien fue la principal influencia espiritual en su vida, y quien tuvo el rol de encaminar a sus hijos en los caminos del Señor. Philippa nunca se imaginó que la fidelidad a Dios se expresada en el cuidado de sus hijos y de su hogar resultaría a través de su hijo en una bendición que afectaría a millones de personas alrededor del mundo. En un mundo saturado de feminismo radical, que considera a la mujer que se ocupa de su hogar como inferior, haríamos bien en recordar que casi en cada gran hombre de Dios en la historia, desde Timoteo pasando por Agustín de Hipona, entre muchos otros, fue el rol de la madre que jugó un papel crucial".
Algunas madres de levitas y sacerdotes en la Biblia pueden enseñar lecciones a las madres del siglo XXI.
Así como la influencia de la madre en la formación de jóvenes levitas era esencial en la época de Israel, tal vez las madres ejerzan una influencia aún más fuerte en la formación de sus hijos todavía hoy.
I. TRES EJEMPLOS BÍBLICOS
1. Elisabet: Cada sacerdote que ejercía su función en el santuario tenía una esposa, y cada hijo que era preparado para el sacerdocio tenía una madre educadora que ejercía una influencia importantísima en su vida. Y con seguridad ese fue el caso de Elisabet, esposa de Aarón (ver Éxodo 6:23). Su historia no se detalla en la Biblia, pero seguramente ella desempeñó un papel importante en la preparación de su esposo y de sus cuatro hijos para el sacerdocio en Israel. Su nombre se menciona rápidamente, pero la conducta de sus hijos y el resultado de la educación que recibieron de ella puede verse en la historia bíblica. Cuando Dios instituyó los levitas para el sacerdocio y designó que solo de la descendencia de Aarón debía elegirse el sumo sacerdote, podemos entender que en ese momento su familia era la mejor preparada para esa función y recibió una posición de honor delante de Dios y del pueblo. Seguramente Elisabet en gran parte era responsable por eso. Sin embargo, no mucho tiempo después, dos de sus hijos, Nadab y Abiú, fueron un ejemplo negativo y trajeron vergüenza a la familia. A pesar de haber sido preparados para el oficio sagrado, fueron negligentes e irreverentes con las cosas de Dios y fueron muertos (ver Levítico 10). Eleazar e Itamar, los hijos que quedaron, sirvieron al Señor toda su vida. Eleazar fue el sucesor de Aarón como sumo sacerdote después de su muerte, e Itamar desempeñó una función importante como supervisor de las actividades de los Gersonitas y Meraritas (ver Números 4:28, 33), otros dos linajes de la tribu de Leví que actuaban en el santuario.
2. Ana: Otro ejemplo de una madre que preparó a su hijo para servir a Dios por toda su vida fue Ana. Aun antes del nacimiento de Samuel, ella hizo un voto y lo dedicó a Dios. A pesar de que el voto le trajo consecuencias difíciles para su vida, porque significaba separarse de Samuel mientras él todavía era un niño, ella fue fiel a su promesa. Y no solo eso, sino hizo todo lo que estaba a su alcance para que, en los pocos años que lo tendría a su lado, fuera preparado de la mejor manera posible.
¿Y cuáles fueron los resultados de los esfuerzos y el sacrificio de Ana?
Samuel estuvo en una de las posiciones de mayor responsabilidad que un líder en Israel podría ser colocado. Durante la época que vivió en Silo, la familia sacerdotal, Elí y sus hijos, estaba lejos del ideal de Dios, y por eso, perdió el privilegio de seguir en el sacerdocio. En un momento en que Israel pasaba una de sus mayores crisis espirituales, Samuel, todavía joven, fue usado por Dios para realizar una reforma espiritual en la nación y terminó asumiendo el liderazgo como juez, profeta y sacerdote (ver PP, 654) a pesar de no ser de la tribu de Leví.
3. Jocabed. No es difícil verlo en la vida de Moisés, el líder del pueblo de Israel, y de Aarón, su hermano elegido como el primer sumo sacerdote en Israel. Ambos fueron educados por la fiel Jocabed, que tuvo el valor de desafiar la más cruel ley de Egipto para ofrecer a sus hijos la mejor educación posible frente a las circunstancias en las que se encontraba.
Podemos extraer dos preciosas lecciones de Jocabed que trascienden para las madres de hoy:
"Llévate a este niño a tu casa. Aliméntalo y cuídalo por mí, y yo te lo pagaré". Éxodo 2:9.a. Debemos criar a nuestros hijos como si solo fueran a estar con nosotros hasta los doce años.
"Dios había oído las oraciones de la madre; su fe fué premiada. Con profunda gratitud emprendió su tarea, que ahora no entrañaba peligro. Aprovechó fielmente la oportunidad de educar a su hijo para Dios. Estaba segura de que había sido preservado para una gran obra, y sabía que pronto debería entregarlo a su madre adoptiva, y se vería rodeado de influencias que tenderían a apartarlo de Dios. Todo esto la hizo más diligente y cuidadosa en su instrucción que en la de sus otros hijos. Trató de inculcarle la reverencia a Dios y el amor a la verdad y a la justicia, y oró fervorosamente que fuese preservado de toda influencia corruptora. Le mostró la insensatez y el pecado de la idolatría, y desde muy temprana edad le enseñó a postrarse y orar al Dios viviente, el único que podía oírle y ayudarle en toda emergencia". PP, 249.
"La madre retuvo a Moisés tanto tiempo como pudo, pero se vio obligada a entregarlo cuando tenía como doce años de edad. De su humilde cabaña fue llevado al palacio real, y la hija de Faraón lo prohijó. Pero en Moisés no se borraron las impresiones que había recibido en su niñez. No podía olvidar las lecciones que aprendió junto a su madre. Le fueron un escudo contra el orgullo, la incredulidad y los vicios que florecían en medio del esplendor de la corte" PP, 54.
Como padres solo tendremos una oportunidad de formar el carácter de nuestros hijos para que puedan honrarlo y glorificarlo, sirviéndole en esta vida y preparándose para la eternidad.
Muchos dicen: 'Mi hijo es pequeño, más adelante lo corregiré". Pero se sorprenden al ver que sus hijos han crecido rápidamente y no tomaron el tiempo necesario para instruirlos y fortalecerlos en su vida espiritual haciendo el culto familiar y enseñándoles de la Palabra de Dios. Hoy, ya grandes y lejos de los caminos del Señor, desean que alguien venga en su auxilio. Probablemente, la oportunidad ya pasó. Recuerde: Nuestro tiempo es breve y debemos edificar a tiempo y fuera de tiempo el carácter de nuestros hijos antes que el mundo lo haga porque cuando el hijo no se educa en casa, se educa en la calle.
b. Debemos criar a nuestros hijos como si nos estuvieran pagando.
Está de moda que nadie quiere perder tiempo o sacrificarse por los más pequeños. son abandonados a su suerte con alguna nana o con el celular. "Lo importante es que no moleste". Muchos padres o madres piensan que les están haciendo 'un favor' a la vida al hacer un esfuerzo mínimo o dando el tiempo que les sobra para instruir a sus hijos. Pero la Biblia es clara cuando muestra que los hijos no nos pertenecen, sino que son Herencia del Señor. esto conlleva el sentido de una gran recompensa.
Luego de visitar repetidas veces a un líder de iglesia que tenía un taller de mecánica, me atreví a preguntarle:
- Querido hermano, he venido muchas veces a su taller y veo que usted es un maestro hábil para la reparación de todo tipo de vehículos. Pero siempre que vengo, veo allá en el fondo de su taller una moto que está tirada y abandonada. ¿Por qué el dueño de esa moto no la viene a recoger?
- Es que el dueño de esa moto es un descuidado
- ¿Y quien es ese dejado?
- Soy Yo - Respondió con un poco de vergüenza.
- Pero si usted arregla todos los vehículos y motos que llegan a su taller ¿Por qué no repara esa motocicleta?
- Es que de los otros vehículos ME PAGAN.
Sin duda alguna, las actitudes, el trato y el servicio son diferentes cuando nos pagan.
Criar bien a los hijos que el Señor 'nos prestó' no será poca paga; sino una tan grande que solo terminaremos de conocer en la eternidad.
Imagine la escena que será cuando Cristo venga y la madre junto al padre, los hijos, los yernos, las nueras, nietos, nietas, etc. pueda decir: "Miren, aquí estoy yo con los hijos que me ha dado el SEÑOR". Isaías 8:18.
"Comprenda toda madre que su tiempo no tiene precio; su obra ha de probarse en el solemne día de la rendición de cuentas. Entonces se hallará que muchos fracasos y crímenes de los hombres y mujeres fueron resultado de la ignorancia y negligencia de quienes debieron haber guiado sus pies infantiles por el camino recto. Entonces se hallará que muchos de los que beneficiaron al mundo con la luz del genio, la verdad y santidad, recibieron de una madre cristiana y piadosa los principios que fueron la fuente de su influencia y éxito". PP, 54.
II. LA MISIONERA DEL HOGAR
Cuando miramos historias como esa parece que, desde aquella época, la función de la madre no era muy exaltada por los hombres, pero con seguridad era exaltada por Dios. Así como Elisabet, Ana y Jocabed, que criaron a sus hijos para servir a Dios, nosotras, las madres, todavía hoy tenemos esa misión como la primera y la más noble.
“Si entran en la obra hombres casados, dejando a sus esposas en casa para que cuiden a los niños, la esposa y madre está haciendo una obra tan grande e importante como la que hace el esposo y padre. Mientras que el uno está en el campo misionero, la otra es misionera en el hogar, y con frecuencia sus ansiedades y cargas exceden en mucho a las del esposo y padre. La obra de la madre es solemne e importante, a saber, la de amoldar las mentes y formar el carácter de sus hijos, prepararlos para ser útiles en esta vida, e idóneos para la venidera, inmortal. “El esposo puede recibir honores de los hombres en el campo misionero, mientras que la que se afana en casa no recibe reconocimiento terreno alguno por su labor; pero si trabaja en pro de los mejores intereses de su familia, tratando de formar su carácter según el Modelo divino, el ángel registrador la anotará como uno de los mayores misioneros del mundo” (Ev, 490).
La madre es la misionera del hogar. Al asumir esa función, ella trabaja directamente para Dios, preparando a sus propios hijos para que un día sean misioneros y le sirvan. Muchas veces, el mundo nos reclama y nos hace pensar que relacionarse con personas extrañas y tal vez ser bien reconocida en un empleo dará mayores recompensas que permanecer en el hogar. Pero Dios continúa recordando que nada es más importante que preparar a nuestros hijos para servirlo. Hasta los ángeles del cielo desearían desempeñar esa misión. Si nuestra rutina de trabajo, nuestras actividades en la comunidad y hasta en la iglesia nos hacen descuidar a nuestros hijos, no estamos cumpliendo el propósito de Dios para nosotros. “Al rey en su trono no incumbe una obra superior a la de la madre. Esta es la reina de su familia. A ella le toca modelar el carácter de sus hijos, a fin de que sean idóneos para la vida superior e inmortal. Un ángel no podría pedir una misión más elevada; porque mientras realiza esta obra la madre está sirviendo a Dios. Si tan sólo comprende ella el alto carácter de su tarea, le inspirará valor. Percátese del valor de su obra y vístase de toda la armadura de Dios a fin de resistir a la tentación de conformarse con la norma del mundo. Ella obra para este tiempo y para la eternidad” (HC, 206).
"¡Cuán extensa en sus resultados fue la influencia de aquella sola mujer hebrea, a pesar de ser una esclava desterrada! Toda la vida de Moisés y la gran misión que cumplió como caudillo de Israel dan fe de la importancia de la obra de una madre piadosa. Ninguna otra tarea se puede igualar a ésta. En un grado sumo, la madre modela con sus manos el destino de sus hijos. Influye en las mentes y los caracteres, y obra no sólo para el presente sino también para la eternidad. Siembra la semilla que germinará y dará fruto, ya sea para bien o para mal. La madre no tiene que pintar una forma bella sobre un lienzo, ni cincelarla en un mármol, sino que tiene que grabar la imagen divina en el alma humana. Muy especialmente durante los años tiernos de los hijos, descansa sobre ella la responsabilidad de formar su carácter. Las impresiones que en ese tiempo se hacen sobre sus mentes que están en proceso de desarrollo, permanecerán a través de toda su vida. Los padres debieran dirigir la instrucción y la educación de sus hijos mientras son niños, con el propósito de que sean piadosos. Son puestos bajo nuestro cuidado para que los eduquemos, no como herederos del trono de un imperio terrenal, sino como reyes para Dios, que han de reinar al través de las edades sempiternas". PP, 54.
III. SU MISIÓN: ENSEÑAR A SERVIR
La madre como misionera no solo debe impedir que las actividades y compromisos externos obstaculicen la misión, sino debe impedir también que las propias actividades del hogar la distraigan en la educación de los hijos. Muchas veces, atareadas con los quehaceres del hogar, las madres pueden perder de vista su misión mayor: la preparación de los hijos. Su trabajo no debe ser el de una empleada doméstica que pasa todo el día dedicada a la limpieza, a cocinar y lavar la ropa. Todas estas actividades son parte de la escuela misionera donde sus hijos serán alumnos desde el nacimiento. Al enseñarles a servir en el hogar, los hijos estarán aprendiendo a servir a los demás. Recuerden la experiencia de Ana y su hijito. Samuel no podría haber sido útil como lo fue en el santuario, a una edad tan tierna, si primero no hubiera aprendido a servir en el hogar. Por lo tanto, las madres no deben consumirse en las tareas domésticas, sino integrar a los hijos para que, en el proceso de servir en el hogar, ellos tengan la oportunidad de aprender a servir allá fuera.
IV. LA PREPARACIÓN DE LA MADRE
“La esposa y madre no debe sacrificar su fuerza ni dejar dormir sus facultades apoyándose por completo en su esposo. La individualidad de ella no puede fundirse en la de él. Debe considerar que tiene igualdad con su esposo, que debe estar a su lado permaneciendo fiel en el puesto de su deber y él en el suyo. Su obra en la educación de sus hijos es en todo respecto tan elevadora y ennoblecedora como cualquier puesto que el deber de él le llame a ocupar, aun cuando fuese la primera magistratura de la nación” (HC, 206). Una de las razones por las que muchas madres se frustran en su función de “madre” es porque no tienen tiempo para estudiar y prepararse para educar a los hijos. Se sienten en la obligación de mantener el hogar arreglado para el esposo o para las visitas y dedican la mayor parte del tiempo a eso, pero terminan descuidando su propia educación como madres, y por eso no sienten satisfacción en su misión. Dios desea que la madre tenga tiempo para estudiar y prepararse para educar a los hijos. Desea que ella estudie el carácter de cada uno y los mejores métodos para alcanzar su corazón y prepararlos para servir a Dios.
“El mundo necesita madres que lo sean no sólo de nombre sino en todo sentido de la palabra. Puede muy bien decirse que los deberes distintivos de la mujer son más sagrados y santos que los del hombre. Comprenda ella el carácter sagrado de su obra y con la fuerza y el temor de Dios, emprenda su misión en la vida. Eduque a sus hijos para que sean útiles en este mundo y obtengan un hogar en el mundo mejor” (HC, 206).
V. LA “REINA” DEL HOGAR
La expresión “reina del hogar” muchas veces se atribuye a las madres en un contexto muy estrecho. Ella es la reina porque trabaja mucho y, por lo tanto, debe tratarse con dignidad, lo que es verdad y justo. Pero, Dios nos invita a ser reinas del hogar no solo por nuestra función, sino por la influencia que nuestra conducta puede ejercer sobre nuestros hijos.
"La madre es la reina del hogar, y los niños son sus súbditos. Ella debe gobernar sabiamente su casa, en la dignidad de su maternidad. Su influencia en el hogar ha de ser suprema; su palabra, ley. Si ella es cristiana, bajo la dirección de Dios, conquistará el respeto de sus hijos".(HC, 207)
“El respeto de sus hijos” es algo que la madre debe conquistar. En otras palabras, si la madre desea que sus hijos la respeten como una reina, ella tiene que enseñar ese respeto y no simplemente esperar recibirlo. ¿Y cómo lo logra? Gobernando su hogar sabiamente y con dignidad, imponiendo su voluntad y sus palabras a sus hijos bajo la autoridad de Dios, o sea, con su espíritu de amor.
CONCLUSIÓN
Al reconocer una responsabilidad tan grande, a veces podemos sentirnos desanimadas. Pero el secreto de alcanzar ese ideal de Dios es estar en comunión constante con él. Las madres necesitan comenzar y terminar el día con Dios, deben tenerlo como su ayudador constante, porque ellas serán el mayor poder de influencia en la vida de los hijos. “[El hijo] queda más impresionado por la vida y el ejemplo de la madre que por la del padre, porque aquella y el niño se ven unidos por un vínculo más fuerte y tierno” (HC, 215).
La madre no puede apoyarse en la experiencia cristiana de su esposo. Ella necesita buscar individualmente a Dios para fortalecerse y cumplir su misión en la educación de los hijos. También tiene que ser capaz de liderar como sacerdotisa del hogar en ausencia del padre. Para lograrlo necesita tener su propia experiencia con Dios. Queridas madres, que hoy tomemos el primer paso para asumir la función que Dios nos designó a cada una, y a través de nuestra comunión con Dios, busquemos sabiduría y fuerza para cumplir esa misión. Nuestro trabajo podrá no ser tan reconocido y valorado en este mundo, pero en el cielo tendremos la mayor satisfacción de todas al oír las palabras de reconocimiento de Dios
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