Finanzas familiares

 Texto base: “Traed todos los diezmos al alfolí y haya alimento en mi casa; y probadme ahora en esto, dice Jehová de los ejércitos, si no os abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde” (Malaquías 3:10).


INTRODUCCIÓN
 
En esta serie de los Miércoles de poder, aprendimos importantes lecciones sobre el santuario del hogar, y la familia. Hoy analizaremos un aspecto de la vida familiar que muchas veces ha sido descuidado: las finanzas. A pesar de parecer que las finanzas tienen que ver solo con el aspecto material de la vida familiar, podemos aprender grandes lecciones espirituales y de dependencia de Dios a través de las finanzas. Dios desea que la familia tenga una vida financiera equilibrada y bendecida, y para eso estableció medios. Los diezmos y las ofrendas fueron instituidos por Dios para beneficio del hombre. Esos medios se destinaban a impresionar la mente de los hombres para que reconocieran que todas las cosas provienen de él, y para que sean agradecidos por su providencia. “En esta forma se le recordaba constantemente al pueblo que Dios era el verdadero propietario de todos sus campos, rebaños y manadas; que él les enviaba la luz del sol y la lluvia para la siembra y para la siega, y que todo lo que poseían era creación de Aquel que los había hecho administradores de sus bienes” (PP, 565). En el libro  “Todo lo que tenemos es depósito suyo para ser usado de acuerdo con sus indicaciones” (HC, 332). 
Dios desea participar en las decisiones financieras de la familia. Como dueño de todo, sabe más que nadie la mejor manera de administrar las posesiones que nos confió. Por eso necesitamos buscar su orientación en esa área.

I. EL YO, NUESTRO MAYOR ENEMIGO 

El deseo creciente que tenemos de ganar dinero, el egoísmo y todo lo que produce ha disminuido en gran medida nuestra espiritualidad. Aparta de nuestra vista las necesidades del prójimo e impide que Dios derrame sus bendiciones sobre nosotros. “No tenemos ningún enemigo exterior a quien debemos temer. Nuestro gran conflicto lo tenemos con nuestro yo no consagrado. Cuando dominamos el yo somos más que vencedores por medio de Aquel que nos amó” (CSMC, 24). El objetivo de Satanás es llevar a los hombres a poner el “yo” en primer lugar. Así, el “yo” pasa a tener el control de toda la vida y llena el mundo de miseria, luchas y discordia entre las personas. En el proceso de la santificación obrado por Cristo en nosotros, Cristo es puesto en el trono que una vez ocupaba el “yo”, por la condescendencia propia y por el amor a los tesoros terrenales. La imagen de Cristo queda estampada en nuestro rostro y el egoísmo no tiene lugar en la vida porque surge una nueva criatura. 

II. EL MÉTODO DE DIOS PARA TRANSFORMARNOS 

“La generosidad es el espíritu del cielo” (CSMC, 8). 
El principio del Cielo es dar, donar a través de real beneficencia y buenas obras. En gran contraste, hoy encontramos que el principio es adquirir y adquirir. Así, cuando buscamos felicidad, como resultado recogemos miseria y muerte en todos los aspectos. “Él ha puesto recursos en las manos de los hombres, para que sus dones fluyan por canales humanos al cumplir la obra que nos ha asignado en lo que se refiere a salvar a nuestros semejantes. Este es uno de los medios por los cuales Dios eleva al hombre. Es exactamente la obra que conviene a éste; porque despierta en su corazón las simpatías más profundas y le mueve a ejercitar las más altas facultades de la mente” (CSMC, 17).
Mientras el enemigo pone egoísmo dentro del corazón del hombre, Dios nos ofrece la oportunidad de ser abnegados. Los niños aprenden a ser abnegados en los pequeños actos de cada día, siendo obedientes a los padres, ayudando en el hogar y siendo bondadosos con otros. Esas pequeñas oportunidades, agregadas al conocimiento que reciben de Cristo, los ayudarán a desarrollar ese espíritu de liberalidad y abnegación que es el espíritu del Cielo. 

III. EL PLAN FINANCIERO DE DIOS 

Hoy la obra del evangelio se extendió mucho y requiere una inversión mayor para sostenerla de lo que se necesitaba en el pasado. Dios sería honrado y muchas personas serían ganadas para Cristo si nosotros, como su pueblo, trajéramos liberalmente para su causa, en vez de preocuparnos en cómo conseguir los fondos necesarios y a veces hasta usar métodos no cristianos a fin de adquirir recursos para su obra. “Para que el hombre no perdiese los preciosos frutos de la práctica de la beneficencia, nuestro Redentor concibió el plan de hacerle su colaborador. Dios habría podido salvar a los pecadores sin la colaboración del hombre; pero sabía que el hombre no podría ser feliz sin desempeñar una parte en esta gran obra” (CSMC, 15).

Analicemos cómo era el sistema de donación sistemática de Israel. ¿Qué podemos aprender de él para nuestra vida hoy? 
“Las contribuciones que se les exigían a los hebreos para fines religiosos y de caridad representaban por lo menos la cuarta parte de su renta o entradas. Parecería que tan ingente leva de los recursos del pueblo hubiera de empobrecerlo; pero, muy al contrario, la fiel observancia de estos reglamentos era uno de los requisitos que se les imponía para tener prosperidad. A condición de que le obedecieran, Dios les hizo esta promesa: “Increparé también por vosotros al devorador, y no os corromperá el fruto de la tierra; ni vuestra vid en el campo abortará.... Y todas las gentes os dirán bienaventurados; porque seréis tierra deseable, dice Jehová de los ejércitos” Malaquías 3:11, 12” (PP, 566). 
Según el pensamiento humano, dedicar veinticinco por ciento de las entradas a Dios puede parecer un absurdo, pero en el pensamiento divino, no solo era lo correcto, sino era una fuente de bendiciones para quienes tenían el coraje de seguirlo. Vemos que dentro de ese plan financiero quedaban suplidas todas las necesidades del trabajo de evangelismo, de la ayuda al prójimo y del crecimiento espiritual de la familia. 
1. Primero el diezmo, después las ofrendas para la casa de Dios. “El asunto de la dadivosidad no ha sido librado al impulso. Dios nos ha dado instrucciones definidas concernientes a él. Ha especificado que los diezmos y las ofrendas constituyen nuestra obligación, y desea que demos en forma regular y sistemática... Que cada uno examine periódicamente sus entradas, las que constituyen una bendición de Dios, y aparte el diezmo para que sea del Señor en forma sagrada. Este fondo en ningún caso debería dedicarse a otro uso; debe dedicarse únicamente para el sostén del ministerio evangélico. Después de apartar el diezmo hay que separar los donativos y las ofrendas, ‘según haya prosperado’ Dios” (CSMC, 86). 
El diezmo no solo provee para las necesidades del trabajo de Dios, sino que nos ayuda a tener reglas en los gastos como familia. Aprender la diferencia entre necesidades y deseos es muy importante para el hogar. El dinero que Dios pide nunca nos priva de lo que es necesario, sino ayuda a entender lo que debe ser considerado esencial en la vida y lo que es superfluo y no necesario. Según la cita también las ofrendas deben ser proporcionales “según haya prosperado Dios”. Eso nos indica que debería ser separado un porcentaje para las ofrendas en la iglesia, o sea, un pacto. Analizando la forma cómo Israel recibió instrucciones se separar sus donativos, como veremos más adelante, comprendemos que por lo menos cinco por ciento de las entradas era dedicado a las ofrendas voluntarias. “El primer día de la semana, cada uno de vosotros ponga aparte algo, para guardarlo, según haya prosperado.” Cada miembro de la familia, desde el mayor hasta el menor, puede tomar parte en esta obra de benevolencia. ... El plan de la benevolencia sistemática* resultará para cada familia en una salvaguardia contra las tentaciones a gastar recursos en cosas innecesarias, y será especialmente una bendición para los ricos al guardarlos de cometer prodigalidades” (HC, 333). 
2. Fiestas religiosas (ver Deuteronomio 14:24, 25). En la planificación financiera de Israel, un segundo diezmo, o sea, más del diez por ciento de las entradas deberían usarlo para dos propósitos específicos.
En el libro Patriarcas y profetas, página 570, leemos: “A fin de fomentar las reuniones del pueblo para los servicios religiosos y también para suplir las necesidades de los pobres, se le pedía a Israel que diera un segundo diezmo de todas sus ganancias”. “Y acerca del segundo diezmo mandó: “Y comerás delante de Jehová tu Dios en el lugar que él escogiere para hacer habitar allí su nombre, el diezmo de tu grano, de tu vino, y de tu aceite, y los primerizos de tus manadas, y de tus ganados, para que aprendas a temer a Jehová tu Dios todos los días.” Deuteronomio 14:23. “Durante dos años debían llevar este diezmo o su equivalente en dinero al sitio donde estaba el santuario. Después de presentar una ofrenda de agradecimiento a Dios y una porción específica para el sacerdote, el ofrendante debía usar el remanente para un festín religioso, en el cual debían participar los levitas, los extranjeros, los huérfanos y las viudas. Se proveía así para las ofrendas de gracias y los festines de las celebraciones anuales, y el pueblo había de frecuentar la compañía de los sacerdotes y levitas, a fin de recibir instrucción y ánimo en el servicio de Dios” (PP, 570). 
Hoy no observamos las fiestas religiosas como el pueblo de Israel las observaba. Pero, podemos invertir en oportunidades que también proveen el crecimiento espiritual. Cuando invertimos dinero para que nuestra familia participe de congresos, capacitaciones de la iglesia y encuentros especiales, estamos ofrendando a Dios, así como Israel lo hacía en el pasado. Cuando invertimos dinero en la compra de lecciones de la Escuela Sabática, devocionales y libros que alimentarán a nuestra familia espiritualmente, estamos ofrendando a Dios y proveyendo a nuestra familia oportunidades para el crecimiento espiritual. 
En el libro Servicio cristiano, página 264, se nos advierte: “Algunos, por temor a sufrir la pérdida del tesoro terrenal, descuidan la oración y el reunirse con los demás para el culto de Dios, a fin de tener más tiempo para dedicar a sus granjas o a sus negocios. Muestran por sus obras sobre qué mundo colocan su más alta estima. Sacrifican los privilegios religiosos, que son esenciales para su progreso espiritual, por las cosas de esta vida, y dejan de obtener un conocimiento de la voluntad divina. No alcanzan a perfeccionar un carácter cristiano, y no llegan a la medida de Dios. Ponen en primer lugar sus intereses temporales y mundanos, y despojan a Dios del tiempo que deberían dedicar a su servicio. A tales personas Dios las señala, y recibirán una maldición en vez de una bendición”. 
3. Ofrenda para los pobres. “Pero cada tercer año este segundo diezmo había de emplearse en casa, para agasajar a los levitas y a los pobres, como dijo Moisés: “Y comerán en tus villas, y se saciarán.” Deuteronomio 26:12. Este diezmo había de proveer un fondo para los fines caritativos y hospitalarios” (PP, 570). 
“Dios nos imparte su bendición para que podamos compartir lo que tenemos con otros. […] Cuando pedís al Señor vuestro pan cotidiano, él mira directamente vuestro corazón para ver si lo compartiréis con otros que tienen más necesidad que vosotros mismos. Cuando oráis: ‘Dios, sé propicio a mí, pecador’, él observa para ver si manifestaréis compasión con vuestros asociados. La evidencia de nuestra conexión con Dios se manifiesta en que somos misericordiosos, así como nuestro Padre que está en el cielo es misericordioso. Si le pertenecemos, haremos gozosamente lo que él nos ordena, aunque esto implique inconvenientes y aunque contraríe nuestros sentimientos” (CSMC, 170). 
“[…] toda partícula de egoísmo tendrá que ser expelida del alma. En el cumplimiento de la obra que él confió a nuestras manos, será necesario que demos cada jota y tilde que podamos ahorrar de nuestros recursos. […] Al despilfarrar dinero en lujos se priva a los pobres de los recursos necesarios para suplirles alimentos y ropas. Lo gastado para complacer el orgullo, en vestimenta, edificios, muebles y adornos, aliviaría la angustia de muchas familias pobres y dolientes. Los mayordomos de Dios han de servir a los menesterosos” (HC, 335). 
Si como Israel deseamos tener la oportunidad de practicar la abnegación y expulsar de nuestro corazón todo egoísmo, deberíamos planificar separar de nuestras ganancias una ofrenda especial para ayudar a los pobres y necesitados. Quién sabe, tal vez proveyendo específicamente para los proyectos de ASA en su iglesia o ayudando a alguna familia necesitada. Esa es una lección que debemos practicar y enseñar a nuestros hijos para que la plantita del egoísmo no reine en nuestro corazón. Cuánto más comprendemos que el bien que hacemos a otros también lo hacemos a Dios (Ver Mateo 25:40) comprenderemos mejor la santidad de la abnegación.

IV. ENSEÑEMOS A LA FAMILIA A OFRENDAR 

A los padres nos corresponde enseñar y orientar a nuestros hijos sobre el servicio con el trabajo útil y la beneficencia desinteresada. 
“Por una vida tal, demuestran el verdadero valor del dinero, que debe ser apreciado únicamente por el bien que realizará al aliviar las necesidades propias y ajenas y al adelantar la causa de Dios” (HC, 355). 
“Cada semana lo que Dios requiere de cada familia debe ser recordado por cada uno de sus miembros para cumplir plenamente el plan; y en la medida en que se haya negado alguna cosa superflua a fin de tener recursos que poner en la tesorería, quedarán inculcadas en su corazón lecciones valiosas en cuanto a ser abnegados para gloria de Dios” (HC, 334). 
Esos textos nos enseñan la mejor manera de enseñar a nuestros hijos a ofrendar de corazón, no darles dinero para que simplemente lo depositen en la cestita de la iglesia. Al motivarlos a separar la ofrenda de su propio dinero que adquirieron por los pequeños servicios prestados al prójimo o que ganaron como regalo, ellos comprenderán mejor el sentido de la palabra sacrificio, pues eso exigirá de ellos abnegación. Al enseñarles a economizar, tal vez dejar de comprar algo personal para contribuir en la iglesia, estaremos inculcando en ellos el mismo espíritu de abnegación que dominaban las acciones de Jesús.

CONCLUSIÓN 

Por la compasión de Dios por nosotros y considerando nuestra condición caída, él presenta sus órdenes como promesas y nos invita a aprobarlas, declarando que recompensará la obediencia con las más ricas bendiciones. Tenemos una gran necesidad de aprender a confiar en Dios y tener una experiencia íntima con él a través de nuestra fidelidad y la de nuestra familia. “Nos estimula a darle y declara que lo que él nos retribuya estará en proporción con los donativos que le hagamos. “El que siembra escasamente, también segará escasamente” (2 Corintios 9:6). Dios no es injusto para que se olvide de vuestro trabajo y de vuestras acciones de amor. 
“¡Cuán tierno y fiel es Dios con nosotros! Nos ha dado en Cristo las bendiciones más escogidas. Mediante él puso su firma en el contrato que ha hecho con nosotros” (CSMC, 96)

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