La Familia y su verdadera Misión

 Leyendo un libro muy interesante, me encontré con una pregunta de reflexión extremamente intrigante. El autor afirmaba que en un futuro muy cercano no habría más personas dispuestas a predicar, hacer campañas de evangelismo, estudiar la Biblia con otras personas ni habrían más bautismos. En un último análisis, decía que la predicación del evangelio y su misión morirían. El motivo y causa de esto es que los niños y adolescentes están perdidos (sin rumbo, sin dirección y sin pasión por la misión). TERMINABA SU AFIRMACIÓN SEÑALANDO QUE LOS HIJOS ESTÁN PERDIDOS PORQUE SUS PADRES ESTÁN PERDIDOS. Eso me parece una verdad impactante.

La pregunta que queda es: ¿Qué podemos hacer para transmitir la pasión por la misión que debe ser transmitida de padres a hijos dentro del seno de la familia?

Todo individuo durante su vida toma decisiones, tiene percepciones, acciones y reacciones motivadas y construidas por los valores y principios que lo orientan. Como cristianos, extraemos esos principios y valores de la Biblia que es nuestro código de conducta y convivencia. La familia es la principal institución creada por Dios con la responsabilidad de transmitir sus valores de generación en generación. Allí la convivencia familiar es la metodología más eficiente para la ejecución de esta tarea. ¿Cómo trata la Biblia este tema de las relaciones entre padres e hijos?

Esa relación entre padres e hijos es tan relevante que Dios mismo dedicó tiempo para escribir con su dedo uno de los mandamientos que debe orientar nuestra vida. La convivencia de esa relación está expresada en el quinto mandamiento: “Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen en la tierra que Jehová tu Dios te da” (Éxodo 20:12). Su relevancia es tal que, además de tratar esa relación tan significativa, el mandamiento tiene una promesa para los que lo respeten, y Pablo refuerza esta ordenanza: “Hijos obedeced en el Señor a vuestros padres, porque esto es justo” (Efesios. 6:1). “Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, porque esto agrada al Señor” (Colosenses 3:20).

Los padres son elegidos por Dios para asumir la mayor responsabilidad y disfrutar el mayor privilegio que un ser humano mortal y pecador puede tener: compartir con Dios la creación de la vida y sostener en la mano a un ser humano en desarrollo para conducirlo por el camino en dirección al triunfo como ciudadano en esta vida y alcanzar por medio de Cristo la vida eterna. Nada puede ser mayor que esto para un padre.

La Biblia va mucho más allá; no se detiene solo en la obediencia y el honor que los hijos deben a los padres. También presenta a los padres la responsabilidad de la paternidad y los orienta sobre cómo proceder en esta tarea altamente relacional. En primer lugar, señala a los padres la tarea de enseñarle al hijo el camino que debe andar, para que, al llegar a ser hombre, sepa cómo proceder y comportarse (ver Proverbios 22:6).

Después de decirles a los padres cuál es su tarea, la Biblia presenta en uno de sus pasajes más emblemáticos “el cómo” conducir esa linda y compleja relación en el arte de enseñar. “Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es. Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas. Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes. Y las atarás como una señal en tu mano, y estarán como frontales entre tus ojos; y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus puertas” (Deuteronomio 6:4-9). 

Esta orientación sale de lo teórico. Enseña a padres y a hijos que la relación real y verdadera se lleva a cabo en la vida diaria, en cada momento disfrutado juntos; cuando los padres se relacionan con el hijo, transmiten los valores que el Señor quiere hacer llegar a la próxima generación, perpetuando así las verdades de Dios.

En esa relación, uno de los grandes desafíos es la forma en la que los padres manejan sus sentimientos a la hora de la contrariedad. Al momento de la disciplina, que debe ser justa, correcta y verdadera, pero también aplicada con amor y respeto, con el objetivo de reconducir a los hijos de vuelta al camino, muchos padres se pierden y rompen los vínculos de la relación con los hijos. Para ese momento, las Sagradas Escrituras orientan: “Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor” (Efesios 6:4). Padres, no irriten a sus hijos, para que ellos no se desanimen. La relación del padre con el hijo no puede ser una dictadura ni tampoco una anarquía. Sobre los padres reposa la autoridad, y eso debe ser intocable, pero se trata de una autoridad construida en el amor, no en el miedo.

Como ya dijimos, la familia es la herramienta de Dios para la transmisión de sus principios y valores, y esa transmisión ocurre principalmente a través de la relación entre padres e hijos, en la cual los padres deben representar a Dios, su amor y su voluntad en la vida de los hijos. Por lo tanto, la construcción de esa relación es fundamental para que los hijos aprendan el camino que Dios quiere enseñarles por medio de los padres y cuál es su parte en la predicación de evangelio.

Las actitudes colaboran para la construcción de una relación saludable con los hijos, promoviendo así la transmisión de los valores y principios eternos como también la responsabilidad por la misión de la iglesia que es: llevar la verdad de Cristo a los que todavía se encuentran en la oscuridad de la ignorancia del conocimiento de Cristo y su plan de salvación.

Ame a su hijo: Muchas veces, los padres imaginan que amar a su hijo es trabajar arduamente para suplirle las necesidades de alimentación, vivienda, salud y educación. De hecho, hacemos todo eso por quienes amamos (los hijos), pero no necesariamente ellos se sienten amados por recibirlo. Necesitan atención, cariño y nuestra presencia (ver 1 Corintios 13:1-3).

Cultiven amor y respeto entre los padres: Pocas cosas producen más seguridad emocional a los niños/adolescentes que notar en la vida diaria como sus padres se aman y se respetan (ver Efesios 5:33).
Acepte a su hijo: El sentimiento de pertenencia es fundamental para desarrollar relaciones fuertes y verdaderas con alguien. Los padres no deben “cerrar los ojos” a los errores o defectos de los hijos; deben dejarles claro que su amor es incondicional (ver Juan 6:37).

Escuche a su hijo: No se pueden construir relaciones saludables sin la buena voluntad y la paciencia de escuchar con atención las palabras y los sentimientos del corazón del otro. Enseñe a su hijo a hablarle y contarle sus luchas y dificultades, a partir de un “oído” receptivo, respetuoso y atento (ver Salmo 4:1).

Dedique tiempo: En la agitación de la vida moderna, casi siempre es más fácil dar cosas, regalos y hasta dinero, pero eso produce relaciones pobres y frágiles. Las relaciones verdaderas se forman cuando doy de mí: mi tiempo, mi vida; eso demuestra lo que es prioritario (ver Deuteronomio 6:6-9).

Discipline: Una relación real, fuerte y madura contiene límites, pactos y compromisos, para dar orientación, seguridad y confianza. Si no existen reglas y respeto por ellas, las relaciones serán frágiles e insostenibles (ver Génesis 2:16, 17).

Sea coherente y muestre a Dios: Nuestros hijos se inspiran en lo que ven en nosotros. Nuestras palabras son necesarias para reforzar un concepto y/u orientación, pero nuestras acciones darán el “rumbo” (ver 1 Pedro 5:2-4).

Involúcrese en las actividades misioneras de la iglesia y lleve a sus hijos: Nuestro ejemplo como padres es fundamental para demostrar el valor y la importancia de algo o alguna actividad. Muchos padres hasta participan en las actividades misioneras de la iglesia, pero se olvidan de integrar a sus hijos en esas actividades. A veces, da más trabajo practicarlas con niños y adolescentes, pero la transmisión de la pasión por la misión es mucho más eficiente y real (ver Deuteronomio 6:6-9).

Conclusión

Una relación de amor verdadero por medio del Espíritu Santo es el vínculo de la verdad para transmitir a nuestros hijos y a la futura generación de líderes cristianos, el amor por la verdad y la pasión por la misión y por las almas por quienes Cristo murió. Nuestro mayor desafío como padres y familia es exactamente compartir e inculcar a nuestros hijos ese compromiso con la misión de CRISTO. Elena de White nos orienta: “Nuestra tarea en este mundo ... es ver qué virtudes podemos enseñar a nuestros hijos y nuestras familias a poseer, para que ejerzan influencia sobre otras familias y así podamos ser una potencia educadora, aunque nunca subamos al estrado. Una familia bien ordenada y disciplinada es a los ojos de Dios más preciosa que el oro, aún más que el oro refinado de Ofir” (HC, 26).

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