Educar a los hijos, formar a los adultos
“Como flechas en la mano del guerrero, así son los hijos tenidos en la juventud” Salmo 127:4.
Cuando un arquero se prepara para atinar en el blanco, requiere de concentración absoluta, y de la esperanza en que las condiciones ambientales estén a su favor para que la flecha no sea desviada del blanco.
Él mira el blanco, se enfoca, se determina, pero una leve corriente de aire puede ocasionar que su flecha erre su trayectoria y se impacte lejos de lo planeado.
Los hijos según el salmista son como una flecha en manos de un guerrero. Cada padre y madre fijan metas y expectativas elevadas para que sus hijos alcancen sus logros en esta tierra y la venidera. El deber de ellos es proveer de los elementos y condiciones necesarias para ello, pero siempre existirá el riesgo de factores que desvíen sus intenciones.
La aportación del padre debe girar en torno a tres sencillos elementos:
1. Intención.
El compromiso adquirido con la paternidad debe ser objeto de las mejores intenciones de parte de los progenitores, el trabajo es conjunto, no es de uno solo, tanto el padre como la madre habrán de proveer para su bienestar presente como para su bienestar futuro. Hacerse presentes física y emocionalmente, brindar un respaldo positivo y convertirse en ejemplos dignos de ser imitados.
“Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios estará contigo en dondequiera que vayas” Josué 1:9.
El mundo está lleno de batallas y desafíos que enfrentamos a diario, si tu hijo es tu saeta y tú un guerrero, no olvides que no estás solo en la tarea.
2. Dirección.
“Un dicho popular dice que árbol que crece torcido, jamás su tronco endereza”, para que un árbol llegue a esta condición, es porque en su edad tierna, no recibió la ayuda para que sus débiles ramas conservaran la postura adecuada. Los hijos por igual, son maleables en sus primeros años, cuando una paternidad permisiva es insistente, es probable que los defectos de conducta, la falta de dominio propio, la mala voluntad y otros daños, lo conviertan en un adulto irresponsable, quizá un profesional mediocre o un ser socialmente inadaptado.
Las instituciones que ayudan en la dirección de nuestros hijos deben ser de la mejor calidad, deben estar sumamente comprometidas con nuestra tarea y deben colaborar abiertamente. El hogar, la iglesia y la escuela, si solo una de ellas tiene un propósito diferente o bien, si en lugar de compromiso, hay indiferencia, las otras no podrán suplir su influencia. Cuando proverbios asegura que si “Instruimos al niño en su camino y de viejo no se apartará de él” en Proverbios 22:6, se refiere a que estas tres instituciones lo lleven por la misma dirección.
Los padres tampoco pueden desatender su deber, como educadores en el hogar, y delegar toda la responsabilidad a la escuela o a la iglesia, haciéndolas responsables de los rumbos que tomen las vidas de sus hijos.
3. Determinación
“Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús” Filipenses 4:19.
Tenemos un enemigo en común, un adversario determinado a frustrar todos los esfuerzos por conseguir victorias junto a nuestros hijos.
El que cada uno tenga toda la intención y buena voluntad para educar a sus hijos, y que con la ayuda de Dios haya propuesto metas elevadas que sean para honrarlo y glorificarlo, no significa que la guerra esté ganada.
El desánimo, las tentaciones, errores, emociones, economía y un sinfín de obstáculos pueden presentarse, este último elemento, la determinación, son la evidencia de que existe una dosis lo suficientemente fuerte de fe.
Mientras haya fe, habrá esperanza, mientras haya fe, habrá la seguridad de que tenemos de nuestro lado al mejor animador, capacitador y sustentador que es Cristo Jesús.
Si eres padre o madre, sueña en grande, sueña alto y contagia a tus hijos, demanda a Dios intención, dirección y determinación, para llegar tan lejos como el Señor lo permita, para encumbrar tan alto como él lo desea, para ser luz y no oscuridad, para que sus niños y jóvenes, lleguen a ser los adultos que Dios necesita.
“La mayor necesidad del mundo es la de hombres que no se vendan ni se compren; hombres que sean sinceros y honrados en lo más íntimo de sus almas; hombres que no teman dar al pecado el nombre que le corresponde; hombres cuya conciencia sea tan leal al deber como la brújula al polo; hombres que se mantengan de parte de la justicia aunque se desplomen los cielos. Pero semejante carácter no es el resultado de la casualidad; no se debe a favores o dones especiales de la Providencia. Un carácter noble es el resultado de la autodisciplina, de la sujeción de la naturaleza baja a la superior, de la entrega del yo al servicio de amor a Dios y a la humanidad” Ed, 54.
De acuerdo con Alfred Adler, un psiquiatra australiano, el orden de nacimiento de los hijos tiene un profundo efecto en la forma cómo ellos ven el mundo.
1. El hijo mayor. Son líderes por naturaleza, son más responsables, maduros y acostumbrados a la compañía de adultos. Son a menudo más inteligentes que sus hermanos menores. Puede ser más agresivos porque sienten que deben estar a cargo. Les gusta estar solos.
2. El hijo del medio. Por otro lado, son lo contrario de su hermano mayor. Ellos sienten que no tienen ningún rol en particular con su familia. Sus amigos son usualmente más importantes que su familia. Son buenos negociando, también son sociables. Las personas los ven como más adaptables y relajados. Al mismo tiempo, ellos a menudo mantienen secretos y no son muy abiertos a contar sus emociones.
3. El hijo menor. A menudo son amistosos y sociales. Les gusta estar con otras personas y ser llamativos por su elegancia. Les gusta ser el centro de atención. No les gusta estar solos y se aburren fácilmente. No tienen miedo a los peligros. Son irresponsables porque ellos saben que siempre habrá alguien paera ayudarles frente a cualquier tipo de problema.
4. El hijo único. Les cuesta hacer amigos porque no tienen familiares inmediatos. A menudo son más independientes y gastan tiempo en entretenimiento a solas.
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