Ver: https://www.youtube.com/watch?v=BDd18zuTdiI
Luis Riesgo y Carmen Pablo, habituales colaboradores de Alfa y Omega, acaban de publicar «Abuelos y nietos en una familia y una sociedad en cambio» (editorial Eunsa). En él, se incluye el «Decálogo de los abuelos», que por su interés y belleza se reproduce:
- Vivid con alegría esta etapa final del camino, el atardecer, descubriendo que, junto a sus limitaciones, tiene también sus alegrias.
- Aceptad pasar a un segundo plano en la vida de los hijos: en la toma de decisiones, en la disposición de las cosas, en lo que se refiere a vuestros nietos..
- Buscad el mayor conocimiento de un Dios que os espera con la misma temura con que vosotros esperabais, al caer de la tarde, el retorno de vuestros hijos.
- Redescubrid el amor a ese hombre o a esa mujer con quien un día ya lejano fundasteis un hogar, tuvisteis unos hijos y fue envejeciendo junto a vosotros.
- Cuidad el amor a vuestros hijos, los cuales, a la vez que problemas, os aportaron un verdadero enriquecimiento intelectual, afectivo, de carácter...
- Estrenad gozosos el amor a vuestros nietos - en los que habéis reencontrado a vuestros hijos - dándoles vuestro ejemplo, vuestra conversación y vuestra ternura.
- Entregaos, en asociaciones con vuestros mismos ideales, al servicio de la sociedad. No dejéis que se pierdan, estériles, vuestros valores y vuestra experiencia.
- Aceptad las enfermedades que conllevan vuestras limitaciones. Pero tras ellas descubrid la mano providente de Quien todo lo dirige al bien de los que ama.
- Recordad, finalmente, que hay cuatro palabras que os pueden ayudar para proceder con acierto en el atardecer de la vida: amar, comprender, disculpar... y sonreír.
La paternidad extendida es la bienaventurada abuelidad.
Ver: El Hogar Cristiano, 328. "Los Padres ancianos" Capítulo 59. En: https://m.egwwritings.org/es/book/177.1684#1684
Salmos 128 termina con estos hermosos versos: "Bendígate el Señor todos los días de tu vida/ y veas a los hijos de tus hijos/ La paz sea sobre Israel!" (vers. 5, 6).
Bienaventurado el abuelo que puede ver a los hijos de sus hijos y recibir como el arroyo nuevas fuerzas hasta convertirse en río de aguas cuanto más profundas, más quietas y apacibles. Cómo no querer a los nietos si ellos son la corona de nuestra alegría, nuevos gajos de nuestro rosal, nuevos motivos para vivir cantando los mismos cantos de cuna antes de dormir, y no perder nunca la alegría de vivir, tal vez cansados, pero siempre contentos. El amor de los abuelos es simple y desinteresado; aplaude pero no corrige, goza pero no se responsabiliza, acuna a ratos pero no se desvela; para todo eso están sus padres, es su turno en la ronda de la vida.
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